Un alto funcionario de la corte de un rey hacía mucho tiempo estaba
obsesionado con el deseo incontrolable de besar los voluptuosos senos de la
reina hasta hartarse.
Por supuesto, nunca había podido hacerlo.
Un día reveló su deseo al principal Ingeniero y consejero de la Corona, y le
pidió que hiciese algo para ayudarlo. El Ingeniero, después de mucho pensar,
acordaron, con la condición de que el funcionario le pagara mil monedas de
oro.
El funcionario aceptó el acuerdo.
Al día siguiente El Ingeniero, en coordinación con un médico de su entera
confianza, preparó un líquido que causaba picazón y lo derramó en el sostén
de la reina mientras ésta tomaba un baño.
Pronto, el escozor comenzó y fue aumentando en intensidad, dejando al rey
preocupado y a la reina muy molesta. Se hicieron consultas a los médicos de
la zona, y ante la falta de respuesta de éstos el Ingeniero consejero dijo
al rey que a su entender sólo una saliva especial, aplicada por cuatro
horas, curaría el mal.
Agregó entonces, que esa saliva tan especial sólo la poseía el funcionario,
por sus antiguos ancestros.
El rey se puso muy feliz y llamó al funcionario, quien durante las cuatro
horas siguientes se cansó de chupar a voluntad los suculentos y deliciosos
pezones de la reina.
Lamió, mordió, apretó y acarició, en fin, hizo todo lo que siempre había
deseado.
Con su deseo ya plenamente realizado y su libido satisfecha, el funcionario
se negó a pagar al Ingeniero lo que habían convenido; además se burló de él
y se rió en su cara.
Sabía que, naturalmente que el Ingeniero nunca podría contar el hecho al
rey, pero subestimó al Ingeniero de la corona, hombre de muchos recursos,
como todos los de su profesión.
Al día siguiente, el Ingeniero consejero colocó el mismo líquido en los
calzoncillos del rey... Lo demás, es historia.
1 comentario:
jejejejejejeje, muy buena esta fabula.
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